En 2015, un aún más joven C. Tangana decía que cuando quieres algo de verdad, no te quedas pensando en que lo quieres, sino que tratas de buscarlo. Tratas de hacer que suceda. Otra cosa es que pase, claro, pero al menos, carajo, lo intentas.
Lo que se nos ha metido en la cabeza ahora, en realidad, ha estado siempre: ofrecer servicios creativos honestos, interesantes, bien pensados y, cuando se pueda, divertidos.
Pero, con el remoto, ha surgido una oportunidad única: integrar aún más al cliente en la conversación, abrir las puertas y trabajar distinto, mejor.
Para hacerlo, organizar la información es clave: para abrir las puertas al cliente, primero hay que abrírselas al equipo.
Alejados en lo físico, tenemos que involucrar a todo el mundo en lo que somos, lo que creemos, lo que intentamos hacer y lo que nos mueve para estar escribiendo esta newsletter en la medianoche de un juernes de calor y paternidad.
Hay que organizar la casa (aún más) y crear procesos (ahí es nada) para desarrollar ese entorno seguro en el que la información fluya ágilmente entre tus necesidades y nuestros propósitos.
Los de todo microbio.
Un entorno para trabajar mejor, corresponsables, unidos y, así, encontrar el tiempo de la cultura. Tiempo, en realidad, de lo que se tercie: de charla, de penas, alegrías, cañas o talleres.
Es así como se crean las culturas: compartiendo más allá de los entregables, las fechas límites y la información que va, viene y, ya saben, por el camino se entretiene.
El resto, entonces, vendrá solo.
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